Por:Yuly Patricia Castro Beltrán, jefe Oficina Asesora Jurídica del Instituto Distrital de Protección y Bienestar Animal (IDPYBA)
En Bogotá, mi Ciudad, mi Casa protegemos a los animales. Con la aprobación de la Ley 2385 de 2024, que prohíbe las corridas de toros, novilladas, becerradas, rejoneo y tientas, Colombia reconoce que glorificar el dolor animal no puede seguir siendo parte de lo que somos.
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El Instituto Distrital de Protección y Bienestar Animal (IDPYBA), destaca que por primera vez, incluso la Procuraduría General de la Nación ha pedido a la Corte Constitucional declarar la norma exequible. No se trata solo de una ley, es un reflejo de que la compasión también puede ser política pública.
Un cambio de paradigma constitucional
La Ley 2385 se basa en un fundamento claro: la dignidad de la vida no humana. Es así como, su artículo lo dice sin rodeos en consideraciones como la que afirma que se trata de avanzar hacia una transformación cultural que reconozca y respete a los animales como formas de vida con valor en sí mismas.
No es un acto simbólico, es un mandato coherente con los artículos 79 y 95.8 de la Constitución Política Colombiana, que imponen el deber de proteger el ambiente y todas sus formas de vida.
Los precedentes
Desde la Sentencia C-666 de 2010, la Corte Constitucional ha dicho que un Estado social de derecho no puede ser indiferente al sufrimiento animal. La C-889 de 2012 agregó que el Congreso está facultado para prohibir la tauromaquia, si así lo decide democráticamente.
Y así fue. La Ley 2385 no llegó como improvisación. Establece un periodo de transición de tres años, y crea medidas específicas de reconversión laboral, educativa y cultural para las comunidades taurinas.
Por tanto, no se castiga a quienes viven de esta actividad, se les invita a ser parte de una transformación cultural. Se asignan responsabilidades a los ministerios del Trabajo, Cultura, Ambiente y Educación; se exige pedagogía institucional; se prohíbe el uso de recursos públicos en espectáculos de maltrato; y se impulsa la reutilización de las plazas de toros como espacios de cultura y vida, no de sangre.
La histórica decisión de la Procuraduría: una nueva voz a favor de los animales
Lo verdaderamente novedoso, es que la Procuraduría General de la Nación ha roto su neutralidad histórica y ha respaldado la Ley 2385. En concepto enviado a la Corte, el Ministerio Público no solo ratificó la constitucionalidad de la norma, sino que la enmarcó dentro del principio de evolución cultural y del deber ético de protección animal.
Señaló que la prohibición es legítima, proporcionada y progresiva, que no afecta la propiedad privada ni desconoce los derechos laborales y que cumple con el mandato constitucional de proteger a los seres sintientes. Es así como las entidades garantes de derechos, por fin, empiezan a hablar con una sola voz: la vida debe estar por encima del espectáculo.
Durante las últimas décadas los gobiernos capitalinos han sostenido que el maltrato no es arte ni cultura; que el respeto no se legisla sólo con sanciones, sino con prevención, educación, cultura ciudadana y generación de conocimiento que permita una trasformación social.
Hoy celebramos la Ley 2385 como un avance inaplazable; una ley que honra lo que somos y lo que queremos llegar a ser, porque proteger a los animales no es un gesto político, es una expresión de la madurez moral de una sociedad.
A quienes dicen que “se quedan sin trabajo”
El cantante argentino Andrés Calamaro, entre otros críticos, afirmó, hace pocos días en Cali, que la ley deja “en la calle” a miles de trabajadores.
Es una preocupación legítima, pero mal enfocada. La Ley 2385 prevé planes específicos de reconversión laboral, con apoyo técnico del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), programas del Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA) y articulación de los ministerios responsables.
Adicionalmente, se priorizan las poblaciones que dependían de esta actividad, sin negar su historia ni sus necesidades. Pero ninguna economía puede basarse en el sufrimiento de otro ser vivo. La compasión no es enemiga del empleo. Al contrario, crea nuevas oportunidades, en nuevas formas de cultura, turismo y arte.
Reflexiones sobre el sentimiento antitaurino
Colombia está diciendo algo profundo con esta ley; está diciendo que la tradición no justifica la violencia, que la cultura no debe construirse sobre el dolor, que una sociedad se engrandece cuando extiende su círculo de cuidado más allá de su especie y que la compasión no es debilidad, sino una forma superior de inteligencia.
Más allá del tecnicismo jurídico, esta norma refleja una transformación ética. Colombia ha decidido que el espectáculo de la crueldad no puede tener cabida en una democracia que se dice pluralista, solidaria y respetuosa del ambiente.
Esta ley no es una derrota cultural, es una victoria ciudadana.
No es el fin de una tradición, todo lo contrario, es el inicio de una civilización más empática, más justa. Como Carl Sagan el famoso astrónomo (q.e.p.d), lo intuyó, “evolucionar como especie no es solo una cuestión de ciencia, sino de conciencia, y cuando el derecho refleja esa conciencia, entonces, verdaderamente, estamos avanzando”.
“Somos una forma que tiene el cosmos de conocerse a sí mismo”, afirmó Sagan, no como una metáfora poética, sino como una verdad científica que impone una responsabilidad moral.
Si somos el medio por el cual el universo toma conciencia de sí mismo, entonces también somos responsables de cómo usamos ese conocimiento: ¿para comprender o para dominar?, ¿para proteger la vida o para convertirla en espectáculo?
Y, sin embargo, durante siglos hemos hecho del sufrimiento un espectáculo. Hemos confundido violencia con arte, crueldad con tradición y la muerte de un ser sintiente con celebración. En Colombia ese dilema ya no es abstracto, tiene arena, capote y aplausos. Se llama tauromaquia. Pero algo está cambiando.
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Hoy el país se atreve a mirar más allá del ruedo y más dentro de sí: hoy ese escenario empieza a transformarse.
*Esta nota fue escrita por Yuly Patricia Castro Beltrán, jefe Oficina Asesora Jurídica del IDPYBA.
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